Por Laura Gutierrez.
Cada vez más empresas entienden que, precisamente en los momentos de mayor dificultad social, es cuando más necesario resulta sostener y repensar su vínculo con las comunidades. Lejos de representar un gasto, la inversión social es una herramienta concreta de gestión que construye confianza, estabilidad y desarrollo en los territorios donde operan.
Mientras pareciera que se debilita la centralidad de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se ven desplazados del debate público, muchas compañías eligen no retroceder. No por moda ni por marketing, sino porque han comprendido que su sostenibilidad a largo plazo está directamente vinculada al bienestar de su entorno. “Las soluciones duraderas a problemas complejos no surgen del accionar aislado, sino del encuentro de actores diversos que comparten una visión y asumen compromisos” señala Javier García Moritán en su libro La Acción Colectiva.
En ese sentido, la inversión social privada permite canalizar ese compromiso, especialmente cuando el Estado reduce su capacidad de respuesta. Las empresas, en especial aquellas con fuerte presencia territorial, pueden actuar como catalizadoras de procesos positivos: fortaleciendo instituciones locales, impulsando la educación y la salud, acompañando emprendimientos productivos o colaborando en situaciones de emergencia.
El capital social se construye a través de relaciones de confianza sostenidas en el tiempo entre todas las partes que conforman una comunidad. Y ese capital social es, en definitiva, el que permite a una comunidad resistir mejor los impactos de las crisis, adaptarse, reinventarse.
En las localidades del interior del país, donde las redes comunitarias tienen un enorme valor cultural y simbólico, el impacto de una estrategia de inversión social bien orientada puede ser transformador. Articular con escuelas, centros de salud, cooperativas, clubes o asociaciones civiles requiere de agilidad, coherencia y voluntad más que de estructuras complejas y recursos. Muchas veces, un programa pequeño, pero bien ejecutado puede generar más impacto que grandes inversiones dispersas o desconectadas de las verdaderas necesidades.
Revisar y actualizar las estrategias de inversión social en contextos como el actual no implica abandonar principios, sino adaptarlos. Involucrar al territorio, escuchar a las personas, generar procesos participativos y medibles es parte del desafío. También lo es comprender que los resultados no siempre son inmediatos, pero que la siembra constante rinde frutos duraderos.
En definitiva, se trata de entender que la capacidad de las empresas de actuar junto a otros actores desde la cercanía, con empatía y compromiso, puede marcar la diferencia entre el aislamiento y la resiliencia colectiva. ¡No es solo una respuesta filantrópica! Porque las transformaciones sostenibles solo son posibles a través de la acción colectiva. Y ninguna transformación es posible sin una comunidad donde nadie busca salvarse solo.
En Unipar nuestra estrategia de inversión social se materializa a través de 3 herramientas: el Vivero Unipar que pone foco en la forestación de la ciudad, el Consejo Comunitario Consultivo (CCC) que junto a vecinos de Ing. White desarrolla proyectos para la localidad y la Llamada Pública de proyectos sociales destinada a instituciones de la sociedad civil que lleven adelante iniciativas culturales, educativas o que promuevan la disminución de las desigualdades.
Laura Gutierrez, Responsable de Comunicación y Comunidad.